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Todo incendio comienza con una chispa. No necesariamente toda chispa acaba en incendio, cierto. Pero algunas chispas sí se convierten en llamas, pasan a ser fuegos y resultan, finalmente, incendios.

La chispa que enciende esta historia salta en la ciudad de Nueva York, en los Estados Unidos, el 25 de marzo de 1911, hace ya más de un siglo. Esa chispa, sin duda, fue finalmente incendio. Y es que hay incendios difíciles de apagar. Algunos incendios son accidentales, otros provocados. Algunos incendios arden en sentido figurado, en otros el fuego no tiene nada de metafórico, otras veces lo literal y lo literario van de la mano. Esos son los que más calor dan.

En los incendios a veces se queman cosas, otras veces edificios -como el mercado de Comayagüela, por ejemplo-, otras veces se queman personas, éstas últimas casi siempre víctimas -como en el penal de Comayagua el pasado febrero-; pero también a veces las personas son verdugos de ellos mismos, en un desesperado y último acto de dignidad, como los monjes bonzo, prendidos en llamas, prendidos en llamas y aún así aguantando la postura del loto hasta prácticamente desaparecer en el fuego, en sus protestas contra la invasión de los USA en la guerra del Vietnam; o como Mohamed Bouazizi, el joven tunecino que se inmoló a finales de 2010 como forma de protesta contra la dictadura en su país, contra la falta de oportunidades, contra la violencia cotidiana de la policía y el estado, y con su muerte encendió la primavera, la árabe y la de otras partes, e incendió la rabia de todo su pueblo, rabia que, como la pólvora, recorrió el norte de África, Oriente Medio, Europa, América, el mundo…

No es esta historia un intento de reivindicar el sufrimiento o el martirio de nadie, ni mucho menos. Es tan sólo una reflexión sobre cómo, a veces, las cosas necesitan, para bien o para mal, tanta luz para salir de la oscuridad que arrasan con todo a su paso. Pero eso no es más que la chispa, en realidad. Lo que dure la luz, lo que dure la llama, dependerá de lo que hagamos a continuación del incendio; dependerá de si lo dejamos morir o de si lo avivamos para que incinere toda injusticia, toda desigualdad, toda falta de libertad.

En el caso del incendio que nos ocupa, este incendio del 25 de marzo de 1911 en Nueva York, también se incendiaron varias cosas al mismo tiempo: se quemó un edificio, una fábrica de camisas, en concreto, y en ese incendio murieron 146 trabajadoras, la mayoría jóvenes, la mayoría inmigrantes, la mayoría pobres. Todas mujeres. En un momento de incipiente pero ya intensa lucha de las mujeres por sus derechos este incendio fue la chispa que alimentó el fuego durante más de un siglo de caminar tras la igualdad, la justicia y la libertad. Luego vendrían más chispas, más fuegos, más incendios. Con este texto intentamos humildemente realizar un más que merecido homenaje a las mujeres que encendieron el fuego, y a las que mantienen la llama encendida. Llama que hasta día de hoy sigue viva, por mucho que haya quien la quiera apagar.

 

En el programa de esta semana, emitido en vivo y en directo no desde el estudio sino desde el mero Centro Cultural de España en Tegucigalpa -como es habitual cada primer miércoles de mes-, los perpetradores de este proyecto de agitación mental y boicot sonoro a las buenas costumbres, lo políticamente correcto y, en general, las palabras amables que es La música es la clave, esto es, Adrián Bernal, al guión, el micro y los cócteles molotov en formato audio que son las rolas que pinchamos; y Andrés Papousek, en la parte técnica, controlando el fuego, manejando la mesa de mezclas como si fuera el carro de Mel Gibson en Mad Max, como los bomberos de Fahrenheit 451, dedicándonos a avivar, a través de la música, cualquier incendio que implique ser y sentirnos un poco más libres cada día, tenemos el enorme placer de contar en la CCET Radio con la presencia de una de las voces más potentes, por su forma de cantar y por su discurso, de estas Honduras, Karla Lara, con quien platicamos sobre música y luchas sociales.

Así que, sin más ni menos, arrancamos con el incendio de hoy.

¡Bienvenidas!

Woody Guthrie, el cantante estadounidense de música folk, tenía sobre su guitarra una inscripción que rezaba “Esta máquina mata fascistas”.

Guthrie era un izquierdista convencido, un pobre del sur de los USA, basura blanca, white trash que había abrazado las luchas de todos los pobres; un enemigo declarado de un fascismo que amenazaba con dominar el mundo; a fin de cuentas, un luchador enfrentado contra todo tipo de opresión. A pesar de lo impactante de la frase, no se trataba, en realidad, de asesinar a nadie. Las guitarras no matan, pero sí pueden disparar. Ese “This machine kills fascists” hablaba de recuperar la música como herramienta de transformación, como instrumento de cambio, como, tal vez les suene, arma cargada de futuro. Como luz en la oscuridad.

El pasado sábado tuve la suerte de poder asistir a uno de esos conciertos donde la música ilumina la noche, donde las canciones se transforman en experiencia colectiva, donde los límites entre el escenario y el público se difuminan casi hasta desaparecer. Y la gente, los músicos y el público, marchan con la sensación de que algo ha cambiado. Son pequeños cambios, tal vez, pero indudablemente algo ha cambiado. Regresé a casa pensando en eso (no regresé directamente, claro, pasé antes por un montón de lugares que, la verdad, no vienen al caso…) y, no sé por qué, me acordé de Woody Guthrie y se me ocurrió que tal vez podría empezar el programa de hoy hablándoles sobre esto.

Hay quienes dicen que una canción no puede cambiar el mundo. Tal vez tengan razón. No seré yo quien se atreva a decir lo contrario, quien intente algo tan pretencioso como cambiar el mundo con una canción, o un disco. O incluso cambiar el mundo, a secas. Sólo sé que la música me ha salvado del abismo tantas veces que me faltarían dedos en las manos y en los pies para contarlas.

Tal vez la música no pueda cambiar el mundo. Yo sólo sé que el mundo tampoco podrá cambiar nunca la música, la que nace de las tripas y el corazón. Tal vez no sea cuestión de cambiar el mundo. Tal vez baste con cambiar la calle en la que vivimos. Tal vez debamos cambiar nosotros y nosotras primero, antes de poder hacer nada de todo lo anterior. Y eso, ayudarnos en este viaje, sí puede hacerlo la música. Tal vez sea la única que pueda. Con esa certeza y esa esperanza arrancamos.

Música o barbarie. Venceremos.

En el programa de hoy recuperamos la segunda parte del concierto que Karla Lara e Hibriduz Jazz Band dieron el pasado 9 de julio en el Centro Cultural de España.

Además suenan: Sikiatriko, Tokyo Ska Paradise Orchestra, Pez Luna y Sol Caracol.

¡Bienvenid@s!

En el programa de hoy nos salimos, en cierta manera, de la línea que hemos marcado durante los anteriores La música es la clave, esto es, de la narración a través de la música de diferentes movimientos sociales, acontecimientos políticos y procesos históricos, para ofrecerles una verdadera joya sonora: el concierto de inauguración de la gira “Cuando las palabras”, de Karla Lara e Hibriduz Jazz Band, que tuvo lugar en el Centro Cultural de España en Tegucigalpa el pasado 9 de julio de este mismo 2011. En este programa, por motivos de espacio, emitimos aproximadamente la mitad de ese concierto, y dejaremos lo que queda para un próximo programa.

Los propios artistas describían este cruce de caminos de la siguiente manera: «Una fusión de trova y jazz latino, canciones inéditas en las que todos los instrumentos desde la voz hasta los vientos, pasando por las cuerdas, el piano y la batería… dicen cosas… transformando las palabras en ritmo, en cadencia, en disonancias, como disonante es la… América Latina de dónde venimos, rehaciéndonos, refundando las palabras, lo que ellas significan y los contextos en que se nombran»…

¡Bienvenid@s!